martes, 27 de enero de 2015

Ayotzinapa somos todos.



A carpetazo limpio se pretende que olvidemos a 43 muchachos. La teoría oficial que pronto se convertirá en historia oficial dirá que el narco fue el culpable. No el estado.
El estado se lava las manos y apresura el paso hacia el pretendido y anhelado olvido. Y todo, según nos dicen por una confusión.
En eso creo que tienen razón, todo deriva de una lamentable confusión. Pero no es la confusión que nos quieren vender, no es que el narco confundió a los muchachos con narcos del bando contrario, la verdadera confusión es la que vive y padece este país, la confusión que no nos permite saber donde termina el gobierno y donde empiezan las mafias y viceversa. El estado y la mafia se han mezclado tanto que han terminado siendo una sola cosa, una sola pandilla, donde se cubren la espalda mutuamente e intercambian favores sin empacho, sin vergüenza, dignidad y como en este caso sin tantita muestra de humanidad.
Curiosa coincidencia la del día de hoy. Se cumplen 70 años de la liberación de Auschwitz y este día se pretende cerrar con frivolidad uno de los eventos más sangrientos y condenables de la vida de nuestro país, en donde el estado aniquila sin piedad a sus propios ciudadanos, a sus propios jóvenes, a sus propios estudiantes, a su propio futuro. Ciertamente la magnitud de los eventos no se puede comparar, pero si se puede comparar el desprecio a la vida humana con el que ambos fueron realizados.
Como país debemos sentirnos avergonzados, no solo por el hecho mismo, sino por nuestra complicidad al permitirlo y por nuestra pasividad que solo nos deja como simples espectadores del horror.
Claro que no mucho se le puede pedir a una sociedad que tiene tiempo sumergida en la violencia.
En la violencia que nace desde nuestras familias, donde tenemos hombres que se imponen y mujeres que se someten, donde a nuestros hijos los educamos en la premisa de "chingatelo tu primero". Vivimos en una sociedad en donde el narcotrafico ya es algo "tolerable" y en muchas partes de nuestro país ya es prácticamente considerado un empleo formal.
Vivimos en un país donde la autoridad se ejerce solo sobre los que no aceptan ser cómplices, donde  puedes hacer casi cualquier cosa siempre y cuando repartas adecuadamente la riqueza.
Es un país así el que permite que sus gobernantes vivan como reyes, piensen como dioses y actúen como tiranos.

Ayotzinapa somos todos, pero también todos somos parte del Frankenstein que lo ocasionó; en nuestra pasiva complicidad somos víctimas y victimarios.