A carpetazo limpio se pretende que olvidemos a 43 muchachos. La
teoría oficial que pronto se convertirá en historia oficial dirá que el narco
fue el culpable. No el estado.
El estado se lava las manos y apresura el paso hacia el pretendido
y anhelado olvido. Y todo, según nos dicen por una confusión.
En eso creo que tienen razón, todo deriva de una lamentable
confusión. Pero no es la confusión que nos quieren vender, no es que el narco
confundió a los muchachos con narcos del bando contrario, la verdadera
confusión es la que vive y padece este país, la confusión que no nos permite
saber donde termina el gobierno y donde empiezan las mafias y viceversa. El
estado y la mafia se han mezclado tanto que han terminado siendo una sola cosa,
una sola pandilla, donde se cubren la espalda mutuamente e intercambian favores
sin empacho, sin vergüenza, dignidad y como en este caso sin tantita muestra de
humanidad.
Curiosa coincidencia la del día de hoy. Se cumplen 70 años de la
liberación de Auschwitz y este día se pretende cerrar con frivolidad uno de los
eventos más sangrientos y condenables de la vida de nuestro país, en donde el
estado aniquila sin piedad a sus propios ciudadanos, a sus propios jóvenes, a
sus propios estudiantes, a su propio futuro. Ciertamente la magnitud de los
eventos no se puede comparar, pero si se puede comparar el desprecio a la vida
humana con el que ambos fueron realizados.
Como país debemos sentirnos avergonzados, no solo por el hecho
mismo, sino por nuestra complicidad al permitirlo y por nuestra pasividad que
solo nos deja como simples espectadores del horror.
Claro que no mucho se le puede pedir a una sociedad que tiene
tiempo sumergida en la violencia.
En la violencia que nace desde nuestras familias, donde tenemos
hombres que se imponen y mujeres que se someten, donde a nuestros hijos los
educamos en la premisa de "chingatelo tu primero". Vivimos en una
sociedad en donde el narcotrafico ya es algo "tolerable" y en muchas
partes de nuestro país ya es prácticamente considerado un empleo formal.
Vivimos en un país donde la autoridad se ejerce solo sobre los que
no aceptan ser cómplices, donde puedes
hacer casi cualquier cosa siempre y cuando repartas adecuadamente la riqueza.
Es un país así el que permite que sus gobernantes vivan como reyes,
piensen como dioses y actúen como tiranos.
Ayotzinapa somos todos, pero también todos somos parte del
Frankenstein que lo ocasionó; en nuestra pasiva complicidad somos víctimas y
victimarios.
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