martes, 3 de septiembre de 2019

Cristóbal Colón





Uno de los mayores peligros que enfrenta el hombre adulto es la colonización, es digamos, el enemigo silencioso.

Tan pronto tengas la brillante idea de compartir tu espacio más personal con alguna persona dará inicio lenta, sutil y despiadadamente ese proceso de pérdida de identidad que yo he denominado Colonización.

Hace algunos años, compartía espacio, tiempo y afectos con una joven de bastante buen ver, eran buenos tiempos y la pasábamos bastante bien, hasta que un día llegó a mi casa con unos cuadros pequeños y unas instrucciones grandes. “Este lo pones aquí y este otro me gusta para acá, y este otro más allá”. A mi me parece que los tres se verían muy bien en tu carro de regreso a tu casa, le dije.
Obvio primero puso cara de sorpresa y me pidió una explicación a la negativa. Mi respuesta fue muy clara: Colonización.
Primero me traes unos simples cuadros , y dentro de poco estarás decidiendo los colores de mi casa, la hora de la comida y hasta quien puede venir o no.
Así que agarra a La Niña, La Pinta y La Santa María y llévalas de regreso a su puerto de origen. Muchas gracias.
Se ofendió un rato pero luego entendió que yo había entendido primero.

Como este ejemplo hay muchos. Igual no sólo se refiere a que te invadan con cosas sino también con atenciones, sin las cuales vivías muy bien, pero que pronto vas a necesitar imperiosamente.

Con el tiempo aprendes a ser más sutil y hasta un poco permisivo. Hasta que el golpe llega del lado que no esperas.

Todo empezó hace poco más de un año, un día que súbitamente mi hija me informó que se iba a vivir a mi casa. Me dio tanto gusto que no tuve tiempo de despedirme de mis amadas amigas la soledad y la privacidad.

Es difícil acostumbrarse a no estar solo, sobre todo cuando has pasado varios años viviendo solo. A final de cuentas es maravilloso tener la compañía de tus hijas y terminas por adaptarte a tu nueva realidad. Además aún conservas tu recámara y tu baño, suficiente para sentir que tienes el beneficio de la privacidad.

Y claro, nuevamente cuando ya te adaptaste ahí viene la vida a enseñar quién manda acá. Hace un par de semanas mi hija Karen entra a mi recámara a las 6 am y me pidió permiso para usar mi baño ya que el de ellas está ocupado por su hermana. Inocente que es uno dije: claro que si mi amor.

A la mañana siguiente misma operación, y al tercer día ya ni solicitud de permiso hubo. Hace unos 5 días me pidió permiso ahora para bañarse en mi baño, bajo el argumento que su regadera estaba medio tapada (lo cual en efecto era cierto). La operación se repitió varios días, así que decidí ponerme el traje de plomero y destapar esa regadera para que todo regresara a la normalidad, cosa que ya no sucedió, continuó bañándose en mi regadera.

Hoy en la mañana mientras me rasuraba, me di cuenta que su cepillo de dientes ya había sido colocado en el porta cepillos de mi baño, y ahí se erguía como bandera británica en el sur de África, anunciando que el último reducto de mi privacidad había sido colonizado.

God save the Queen 💗