miércoles, 22 de septiembre de 2021

Quizá

 


 

A esta entrada pensaba ponerle “La muerte y el doncel”, jugando un poco con la obra de Shubert, pero creo que con el simple cambio a masculino el titulo pierde todo impacto, toda la fuerza. Al final me decanté por el que aparece arriba.

Hace mucho no tomaba vacaciones, y menos unas vacaciones familiares, tenía tiempo queriendo salir, pero por las mas diversas razones lo había ido postergando. Como fecha fatal llegó este 2021. Las graduaciones de mis hijas, la incorporación de mi hija mayor al ámbito laboral, y la todavía dolorosa prematura partida de mi hermana prácticamente me obligaron a realizar el viaje.

No pudo ser mejor destino que el elegido, la CDMX en general y en particular la casa de mi hermana en el Estado de México. De todo ese asunto de la vacación me ocuparé en alguna entrega posterior, casi es una promesa.

De lo que quiero hablar fue de lo que sucedió poco antes de partir.

Ya saben todos ustedes, mis 4 seguidores, cómo es esto de viajar, y sobre todo viajar cuando no eres un fanático del orden y del control. Todo se acumula para el último día, todo pasa, todo se te ocurre. En los días previos al viaje los niveles de estrés estaban a tope, los pendientes de trabajo, la casa, Tu oficina, y mis gatos agripados. Todo se acomodó apresuradamente pero de buena manera.

Dentro de mis mayores preocupaciones era mi oficina y su soledad. Poco antes de ocuparla oficialmente, había sido presa de la delincuencia, y aunque ya había instalado un sistema de alarma aún no estaba del todo tranquilo en el tema de seguridad, porque el exterior de mi oficina estaba particularmente obscuro. Así que justo una noche antes de volar, decidí que era buena idea instalar una lámpara exterior, instalarla yo, por supuesto. Así que sin pensarla mucho y sin pedir ayuda, me puse a ingeniar donde y sobre todo cómo la instalaría. Después de un rato de libre pensamiento decidí el lugar adecuado. Siempre he sido un hombre herramienta, me gusta tener cualquier herramienta que pueda necesitar, así como los accesorios de uso común y no tan común. Es así que en mi caja de cosas conseguí una extensión que me pareció perfecta para cablear la nueva lámpara. Instalé la susodicha lámpara y a manera de electricista profesional la “testié” a cable pelón en la clavija de la extensión. Afortunadamente funcionó bien y bonito. Así que, con el espíritu alegre y el cerebro apendejado de felicidad procedí a cortar la clavija de la extensión, obviamente sin desconectarla de la electricidad.

Fue un chispazo seco, luminoso y breve. No supe si fue la electricidad o la adrenalina lo que recorrió mi cuerpo, tampoco puedo decir que necesariamente esa interacción con la electricidad pudiera haberme matado, pero en mi mente flotaba la idea de que sí.

Me sentí muy pendejo porque por un simple descuido pude arruinar al menos el viaje, y si fantaseamos un poco más, la vida. Y de alguna manera una parte de mi pensaba en que quizá así había sido. No se si pueda explicarlo bien, pero me llegó la idea de que quizá ahora estaba en otro mundo paralelo, que una de mis vidas había terminado en el momento del chispazo, y ahora seguía otra secuencia con un capítulo nuevo. Como en el cine viejo, cuando cambiaban el carrete y la película continuaba después de un brinco apenas perceptible.

Gracias a esta extraña experiencia es que pienso que quizá y solo quizá exista un mundo paralelo en donde mi hermana logró brincar ese obstáculo del covid y seguimos viviendo y platicando y sigue cuidándonos como siempre, un mundo donde habita su risa, su profundo amor y sus tacos de machaca. Si así fuera, es probable que en un futuro encuentre ese camino.