A esta
entrada pensaba ponerle “La muerte y el doncel”, jugando un poco con la obra de
Shubert, pero creo que con el simple cambio a masculino el titulo pierde todo
impacto, toda la fuerza. Al final me decanté por el que aparece arriba.
Hace mucho
no tomaba vacaciones, y menos unas vacaciones familiares, tenía tiempo queriendo
salir, pero por las mas diversas razones lo había ido postergando. Como fecha
fatal llegó este 2021. Las graduaciones de mis hijas, la incorporación de mi
hija mayor al ámbito laboral, y la todavía dolorosa prematura partida de mi
hermana prácticamente me obligaron a realizar el viaje.
No pudo ser
mejor destino que el elegido, la CDMX en general y en particular la casa de mi
hermana en el Estado de México. De todo ese asunto de la vacación me ocuparé en
alguna entrega posterior, casi es una promesa.
De lo que
quiero hablar fue de lo que sucedió poco antes de partir.
Ya saben
todos ustedes, mis 4 seguidores, cómo es esto de viajar, y sobre todo viajar
cuando no eres un fanático del orden y del control. Todo se acumula para el
último día, todo pasa, todo se te ocurre. En los días previos al viaje los
niveles de estrés estaban a tope, los pendientes de trabajo, la casa, Tu
oficina, y mis gatos agripados. Todo se acomodó apresuradamente pero de buena
manera.
Dentro de
mis mayores preocupaciones era mi oficina y su soledad. Poco antes de ocuparla
oficialmente, había sido presa de la delincuencia, y aunque ya había instalado
un sistema de alarma aún no estaba del todo tranquilo en el tema de seguridad,
porque el exterior de mi oficina estaba particularmente obscuro. Así que justo
una noche antes de volar, decidí que era buena idea instalar una lámpara exterior,
instalarla yo, por supuesto. Así que sin pensarla mucho y sin pedir ayuda, me
puse a ingeniar donde y sobre todo cómo la instalaría. Después de un rato de libre
pensamiento decidí el lugar adecuado. Siempre he sido un hombre herramienta, me
gusta tener cualquier herramienta que pueda necesitar, así como los accesorios
de uso común y no tan común. Es así que en mi caja de cosas conseguí una
extensión que me pareció perfecta para cablear la nueva lámpara. Instalé la susodicha
lámpara y a manera de electricista profesional la “testié” a cable pelón en la
clavija de la extensión. Afortunadamente funcionó bien y bonito. Así que, con
el espíritu alegre y el cerebro apendejado de felicidad procedí a cortar la
clavija de la extensión, obviamente sin desconectarla de la electricidad.
Fue un
chispazo seco, luminoso y breve. No supe si fue la electricidad o la adrenalina
lo que recorrió mi cuerpo, tampoco puedo decir que necesariamente esa interacción
con la electricidad pudiera haberme matado, pero en mi mente flotaba la idea de
que sí.
Me sentí
muy pendejo porque por un simple descuido pude arruinar al menos el viaje, y si
fantaseamos un poco más, la vida. Y de alguna manera una parte de mi pensaba en
que quizá así había sido. No se si pueda explicarlo bien, pero me llegó la idea
de que quizá ahora estaba en otro mundo paralelo, que una de mis vidas había
terminado en el momento del chispazo, y ahora seguía otra secuencia con un
capítulo nuevo. Como en el cine viejo, cuando cambiaban el carrete y la
película continuaba después de un brinco apenas perceptible.
Gracias a
esta extraña experiencia es que pienso que quizá y solo quizá exista un mundo
paralelo en donde mi hermana logró brincar ese obstáculo del covid y seguimos
viviendo y platicando y sigue cuidándonos como siempre, un mundo donde habita
su risa, su profundo amor y sus tacos de machaca. Si así fuera, es probable que
en un futuro encuentre ese camino.