sábado, 30 de enero de 2016

El viento de mi desgracia



Como que recuerdo haber utilizado este mismo título con anterioridad. Si es así les ofrezco una disculpa a mis amables tres lectores. Podría revisar el archivo para estar seguro de no repetir titulo, pero no tengo ganas de hacerlo. De pocas ganas tengo hoy.

No se si tuvieron la oportunidad de leer a la pobre Cándida y su abuela desalmada que amablemente me patrocina y me inspira el título, no importa si no lo hicieron, y tampoco importa si no lo harán. Solo quiero hablar de esas dos cosas que Dios las hizo y siempre se juntan, el viento y la desgracia.

Detesto el viento, detesto los días con viento, en especial los días como hoy, soleados, un poco calurosos y con viento terregoso. Me recuerdan aquellas caminatas que hacía en mis tiempos de estudiante universitario. Recorrer dos kilómetros a pie a merced del sol y del viento no resultaban agradables para mi, que con cada paso maldecía y renegaba mientras pedía que pasara algo, que se quitara el viento o el polvo o todo de una vez.

Nunca me escucharon, nunca se quitó nada, al menos no se quitó porque yo lo pidiera. Por fin un día terminé la carrera y se acabó ese trayecto maldito, pero se quedó el infame recuerdo de esas tardes y se convirtió prácticamente en un trauma. 

Hoy me levanté mas feliz que de costumbre, descansado, relajado y optimista. Hasta estuve a punto de decir Hoy no haré nada que no sea ser Feliz, si, suena cursi, pero juro que así me levanté. Lentamente fui pasando de la alegría al desencanto, de la felicidad rebosante al enojo contenido. Y claro como eje de todo este mal, el viento, el viento de mi desgracia.

Ahora si que el gozo no se fue al pozo, se lo llevó el viento. 

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