sábado, 27 de agosto de 2016

¿Y quién te pidió que me quisieras?




“Si te enfocas demasiado en los defectos nadie será lo suficientemente bueno para ti”
 sanescrin.


¿Por qué somos amigos?
¿Por qué nos juntamos con ciertas personas?
¿Por qué evitamos a algunas otras?
¿Afinidad será la mejor respuesta?

Por naturaleza los seres humanos somos una enorme colección de virtudes y defectos.  Y quizá por esa misma cuestión humana en este tema somos extremistas, amamos las virtudes y detestamos los defectos, y eso nos vuelve miopes y en muchos de los casos terminamos juzgando erróneamente.

En algunos casos podemos tener defectos que  espanten a las personas, y eso nos condena a tener pocos amigos. O por el contrario, encontramos en otros defectos y los magnificamos a grado de hacerlos insoportables, y de ese modo terminamos evitando conocer a personas que probablemente tendrán rasgos valiosos, o virtudes que no llegaremos a conocer, por el simple hecho de no haber podido tolerar algún defecto.

Simplemente olvidamos que los defectos forman parte de la esencia de la persona. Tal como el Yin y el Yang, esa dualidad de defectos y virtudes cohabita en cada persona y su compuesto da como resultado nuestra personalidad.

Por mi mente pasa la imagen de un muy querido amigo que tiene un par de defectos: un sentido del humor ácido y una fantasía compulsiva que a primera se puede confundir con egocentrismo. Ese par de defectos lo convierte en alguien poco atractivo para entablar una conversación, de una amistad mejor ni hablamos. Sin embargo hace algún tiempo y sin planearlo decidí ignorar sus defectos o quizá sería más preciso decir “aceptar sus defectos”, y a raíz de ello me he encontrado con una persona que ha resultado ser un extraordinario amigo. Privilegio del cual no hubiese tenido oportunidad si al igual que la mayoría de las personas hubiera reparado en aquello que por momentos lo vuelve insoportable.

A reserva de que sea demostrado lo contrario, puedo asegurar que somos perfectos  conocedores de nuestros defectos y nuestras virtudes. Así el hecho de que a pesar de conocerlos continuemos practicándolos (en el caso de los defectos) nos habla de la dificultad del ser humano para cambiar los rasgos de la personalidad. Quizá podríamos cambiar con relativa facilidad nuestra forma de hablar, evitar el uso de muletillas, o de términos erróneos, con cierto grado de dificultad podemos cambiar nuestros hábitos alimenticios, pero cambiar nuestra esencia es prácticamente una misión imposible.

Quizá como principio deberíamos cuestionarnos si es necesario cambiar. ¿Tengo que dejar de ser yo para ser más aceptado? Yo diría que no. Por el contrario, considero que lo importante será aprender a ser tolerantes con las diferencias ajenas, e incluso quizá ir un poco más allá. Aceptemos a nuestros diferentes y quizá encontremos en ellos muchas coincidencias que nos lleven a determinar que estábamos en el error.

No hay comentarios:

Publicar un comentario