“Pero cada vez que tenía que ver a su hijo, la madre inventaba alguna excusa. Si les hubiera llevado costosos regalos, seguramente habría habido menos obstáculos para los encuentros. Comprendió que tenía que pagarle a la madre, y pagarle por anticipado, por el cariño del hijo. Se imaginó cómo en el futuro iba a pretender quijotescamente inculcar en el hijo sus opiniones, que eran diametralmente opuestas a las de la madre. Ya se sentía cansado de antemano. Un domingo, cuando la madre volvió a anular en el último momento una cita con su hijo, decidió de repente que ya no quería volver a verle nunca en la vida.
Además, ¿por qué iba a tener que sentir por este niño, al que sólo lo unía una noche imprudente, algo más que por otra persona cualquiera? ¡Pagará puntualmente lo que le corresponda, pero que nadie le pida que luche por el derecho a su hijo en nombre de quién sabe qué sentimientos paternales!
Por supuesto que nadie estuvo de acuerdo con semejante postura. Sus propios padres condenaron su actitud y dijeron que, si Tomás se negaba a interesarse por su propio hijo, ellos harían lo propio con el suyo. Mantuvieron en cambio excelentes relaciones con la nuera, jactándose ante los amigos de su comportamiento ejemplar y de su sentido de la justicia.
De ese modo consiguió librarse en poco tiempo de su mujer, su hijo, su madre y su padre.”
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